Mansión de Bella y Damrod

- Um, creo que no, solo algunos cortes de nada... - respondí.

Me incorporé y le tomé las manos.

- Supongo que debo agradecérselo a ella - dije besando las manos. Mire hacia sus ojos. - Gracias Bella.

Le di un beso en la mejilla y subí a mi habitación a descansar.

Era temprano, me levanté como cada día, dispuesto a preparar el desayuno a Bella, estaba feliz, contento de estar con ella, aunque no me quisiera, me valía con estar junto a ella.
Me levanté de la cama y bajé las escaleras, abrí una de las puertas del mueble de la cocina y para mi sorpresa, se había acabado el café, recordé que en una de las cajas de la mudanza tenía una especie de café muy inusual, y con sabor diferente, así que subí a por él.

Busqué la caja, hasta que me di cuenta de que estaba en lo alto del armario. Intenté cogerla poniéndome de puntillas, pero para mi sorpresa, había otra caja encima, más pequeña, y más pesada, que calló sobre mí, golpeándome la cabeza, caí al suelo de espaldas, sin poder levantarme.

Al rededor de Damrod había un charco de sangre cuando volvió en sí. Se intentó levantar rápidamente para curarse, pero la falta de sangre pudo con él y mareado calló sobre la cama.

Sacó como pudo un puñal que tenía guardado en un cajón de la mesita de noche y se quedó mirándolo, pensando en si era la solución.

Confuso y dolorido, Damrod se clavó el puñal en el pecho, inconsciente y muerto sobre la cama, nunca más nadie sabría de Damrod.